Entonces,
en los atardeceres de verano
el viento traía desde el campo hasta mi calle
un inestable olor a establo
y a yerba susurrante como un río
que entraba con su canto y con su aroma
en las riveras pálidas del sueño.
Ecos remotos,
sones desprendidos de aquel rumor,
hilos de una esperanza poco a poco deshecha
se apagan dulcemente en la distancia.
Ya yerba susurrante como un río
llevando lo soñado aguas abajo
hacia la blanca orilla del olvido.